lunes, 18 de octubre de 2010

María Magdalena

Se lo habré dicho unas cien veces: “¡Qué no! ¡Qué no soy María Magdalena, leñe!”, pero a él le da lo mismo, oiga, es una cosa incomprensible. Y no se crea que me lo dice y ya está, que ahí una podría soportarlo, pero claro, lo dice y empieza a perseguirme por la calle, que ya sabemos todos lo que piensa aquí la gente del barrio, pues él nada, es una cosa mala, me ve salir del portal y empieza a perseguirme con la biblia en la mano. Que ya empiezo a tener miedo, no se crea, que a veces se le ponen esos ojos así como de lunático, con las pupilas y el iris todo rodeado de blanco, con los ojos muy abiertos. Lo que yo no sé es esa manía por la Magdalena, ¡ni que fuera Proust!, además yo debo ser lo menos parecido a María Magdalena que haya por aquí, ya ve usted, con este pelo rubio y mis ojos azules, que ya sé que en la biblia no se dice nada de cómo era ella, o sí lo dice, vaya usted a saber, pero no creo que en aquella época y en aquel lugar hubiera muchos rubios, que una vivirá en la barriada, pero es un poco culta, ¿no le digo que he leído a Proust?, lo de entenderlo es otra cosa, pero leído está.
Pero lo de leer la biblia es otra cosa, que se le cae a una de las manos con esos papelillos amarillos que parecen papel de fumar, que parecen hojas de calco. De pequeña recuerdo que me daba a mí por pensar que solo estaba escrita la última hoja, fíjese, y me pasaba las clases de religión divagando e imaginando que todo lo que nos contaban en clase se podía resumir en una hoja. Si llego yo a saber que me iba a pasar esto claro que presto más atención, sobre todo en la parte de María Magdalena, que más allá de la historia de las piedras y el adulterio, poco más se sabe. Y mire que yo adúltera nada eh, si acaso algo liberal, eso sí pueden decírmelo, pero una siempre ha sido muy decente y muy señora de su casa, pero de ahí a adúltera…
Otra cosa que recuerdo, así pensando un poco en la mujer, es que fue la que se encontró el sepulcro vacío, usted debe saberlo bien, en este país no sé si hay alguien que no lo sepa. Pero, claro, yo no sé si se refiere a eso cuando me llama María Magdalena, ¡es que no hay mañana que no me lo diga!, y yo todos los días mientras voy al super la misma historia: “¿Y por qué me lo dirá?”, me supongo que será por lo del sepulcro, vaya usted a saber, si mi marido se llama Alejandro, ya ve usted que bíblico todo. Si me dijera que mi nombre es María, o Judith, o Salomé, pues bueno, ahí podría tener algo de razón, pero Claudia, si nombre más romano no puede ser, si hasta parece que me sale un moño solo de decirlo, así con una túnica blanca, ¿verdad que me pega?, pero María Magdalena… Es que, fíjese, que ya hasta me lo tomo como un insulto, que igual hasta lo dice por ofender, yo creo que no, que me gusta a mí pensar bien de la gente, soy así de tonta, pienso bien hasta del señor del primero que lleva dos meses llamándome María Magdalena. Mi madre siempre me decía que de tan buena que era algún día me volvería tonta, yo pensaba que acabaría tonta, pero sin darme cuenta, como esas tontas que viven atrapadas en sus casas tan felices por que el marido no las deja salir a la calle y viven rodeadas de batas y rulos. Yo pensé que mi madre se refería a aquellas tontas. Y que ahora ya no me parecen tan tontas, no crea, que al menos nadie va a sus casas a llamarlas María Magdalena. Y seguro que alguna hay, que aunque una no quiera, aquí se entera de todo. Fíjese, una persona culta como yo, que va al supermercado de manera tan natural y en la cola se encuentra con la vecina y claro, por educación, por supuesto, pues la saluda. Y ahí empieza todo. Que bien sabe usted que a las personas como yo la vida de los demás como que no nos interesa, bastante tenemos con nuestros propios problemas, pero eso de andar siempre con las orejas en la cabeza es lo que tiene, que se entera una de todo a poca atención que preste. Y yo sé que de mí murmurarán: “Que a saber por que la del tercero se deja llamar Magdalena de esa manera por el militar”, “Adúltera no sé, pero cuando el río suena…”, “Ese hombre jamás ha dicho nada a nadie, oye, ni una sola vez le he visto yo montar un espectáculo en los veinte años que lleva aquí el pobre viudo, que será cosa de ella fijo”. Menos mal que una es culta y de estas cosas pasa, que si no ya me veía sin salir de casa, y casi mejor, fíjese lo que le digo, que se empieza a cansar una de todo.
El caso es que a mí lo que más me mortifica es pensar la razón del mote, no se crea que no se lo pregunté, claro que lo hice, pero el hombre, el teniente como lo llama mi marido, no atiende a razones, sale de su casa nada más me escucha bajar, que es una cosa mala, oiga, como si me presintiera, ni verme por la mirilla puede, siempre que bajo ya está en el descansillo con la biblia en la mano. Yo siempre le digo a mi Alejandro que cualquier día me hace algo, que este hombre es peligroso, pero él se ríe, claro, como luego él se va de cañas y tan amigo del teniente… El caso que cuando bajo ya está allí con la biblia en la mano. Es una pequeñita, de esas de papelería, con las tapas marrones de plástico. No está muy usada, pero claro, de tanto meneo que le da al perseguirme pues la tiene ya hecha un desastre, que parece que la haya atropellado un coche. “Pero deje de llamarme eso, señor Gómez, ¿Por qué me lo dice?, ¿es por el pelo?”, y nada, él pone esos ojos así de maniaco y empieza a gritar más fuerte, que me salgo del portal nada más de la vergüenza, fíjese, un escándalo, claro, al principio las vecinas salían, que a estas no se les pasa ni una, ya ve, pero ya ni salen, se quedan mirando por la mirilla, por que a eso no pueden resistirse, que yo lo sé, veo como cambia la luz cuando abren y cierran el ventanuco. Y por la calle aún me persigue un poco. Yo hago como la que no va conmigo, como si hablase a otra persona y ando un poco deprisa, ya se cansará, me digo. Y, efectivamente, se cansa siempre al doblar la esquina. Parece que lo tiene medido, siempre son quince veces las que me lo llama cada mañana. Pero alguien tiene que salir a recoger al niño del colegio, o a hacer la compra, ya ve usted. Y lo peor, que quizás no opine usted lo mismo, es esa duda de saber por que me llama así, que a mí los gritos como que me dan un poco igual casi, si, total, las vecinas van a hablar igual, que lo sé yo, pero me gustaría saber la razón. ¿Usted, por qué cree que es, doctor?

jueves, 7 de octubre de 2010

¿Verdad?

La verdad y la mentira, así como algo abstracto no dicen nada. Solo existe la verdad en contradicción con la mentira, pero nada es ni verdad ni mentira. Todo el mundo cuenta verdades que son mentiras y mentiras que son verdades. Mi verdad, en realidad, no es mi verdad. Pero, claro, todo el mundo necesita tener una verdad para poder existir, o, al menos, creer que la tiene. Es fácil. Solo hay que pensar mucho en uno mismo. Pensar tanto que te parezca que ya no existe nadie más, creerte que eres único de verdad y que realmente a los demás les fascinas. Si de verdad puedes llegar a creerte que a los demás les importa alguien más que ellos mismos, has llegado a tu verdad.
Otro requisito indispensable para llegar a creerse que se tiene una Verdad es admitir, en consecuencia, que los demás no tienen una verdad propia y, que si la tienen, es mentira.
Ahí entra la contradicción entre la verdad y la mentira: Mi verdad es mentira para los demás, pero es verdad para mí. ¿Cómo puede una cosa ser verdadera y falsa al mismo tiempo? ¿Pueden los ángeles volar hacia atrás? ¿Puede Dios crear un caramelo tan ácido que ni el mismo pueda comérselo? Misterios de la vida cuya respuesta, probablemente, no sea ni verdad ni mentira.
Hay mentiras (y verdades) mucho más claras. Los hechos suelen ser la mayor mentira que existe. Y son mentira porque damos por sentado que un hecho es eso, un hecho, que no se puede variar, que es objetivo e igual para todos, aunque, por supuesto, esto también es mentira. Pero claro, si tomamos como base que esa mentira, muy muy gorda, es verdad, todas las decisiones y las conclusiones a las que lleguemos a raíz de ella serán, obviamente, mentira.
Entonces, ¿dónde está la verdad? Probablemente la verdad está en aquello que no nos planteamos. Verdad será que yo creo que algo es verdad, siempre y cuando no nos mintamos a nosotros mismos. Verdad será que esté enfadado, o triste, o melancólico (que no son sinónimos, ni mucho menos), o un millón de cosas. Verdad es que nada es cierto (incluso esto). Verdad es que puedo dudar de todo y de todos. Hay muchas verdades, como puede verse, no todo es de color negro.
Aún así, la gente siempre otorga el calificativo negativo a la palabra mentira. Nunca a la verdad. Como si la verdad fuera buena. ¿Es bueno enterarnos de que nuestro ser más querido es un asesino en serie? No. Probablemente es cierto que lo sea, puede que sea el asesino más sanguinario del mundo, pero si vivimos ajenos a ello, si nos miente, nuestro mundo seguirá organizado. La verdad está bien, pero no la sobrevaloremos. Al igual que la mentira, dejemos de azotarla. Demos por sentado que todo el mundo miente o ha mentido alguna vez en su vida. Siempre. Casi me dan ganas de escribirlo en mayúsculas. Todos mentimos alguna vez, solo que para hacerlo, hay que tener gracia.

sábado, 10 de julio de 2010

Vacacioneando como Dios manda...

Este blog se va de vacaciones (sí, supuestamente no lo estaba) hasta nueva orden. Por fin podréis descansar :)

miércoles, 7 de julio de 2010

"Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído."

Después del amor- Vicente Aleixandre

Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto,
como el silencio que queda después del amor,
yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo
hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen.
Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído.
Y siento la musical, callada verdad de tu cuerpo, que hace
un instante, en desorden, como lumbre cantaba.
El reposo consiente a la masa que perdió por el amor su forma continua,
para despegar hacia arriba con la voraz irregularidad de la llama,
convertirse otra vez en el cuerpo veraz que en sus límites se rehace.

Tocando esos bordes, sedosos, indemnes, tibios, delicadamente desnudos,
se sabe que la amada persiste en su vida.
Momentánea destrucción el amor, combustión que amenaza
al puro ser que amamos, al que nuestro fuego vulnera,
sólo cuando desprendidos de sus lumbres deshechas
la miramos, reconocemos perfecta, cuajada, reciente la vida,
la silenciosa y cálida vida que desde su dulce exterioridad nos llamaba.
He aquí el perfecto vaso del amor que, colmado,
opulento de su sangre serena, dorado reluce.
He aquí los senos, el vientre, su redondo muslo, su acabado pie,
y arriba los hombros, el cuello de suave pluma reciente,
la mejilla no quemada, no ardida, cándida en su rosa nacido,
y la frente donde habita el pensamiento diario de nuestro amor, que allí lúcido vela.
En medio, sellando el rostro nítido que la tarde amarilla caldea sin celo,
está la boca fina, rasgada, pura en las luces.
Oh temerosa llave del recinto del fuego.
Rozo tu delicada piel con estos dedos que temen y saben,
mientras pongo mi boca sobre tu cabellera apagada.

lunes, 5 de julio de 2010

No conozco Madrid

No conozco Madrid, no, no sé nada de ella, ni de su gente. No he olido, por ejemplo, el aire caliente que sube de las plazas después de las tormentas en verano. Ni he paseado jamás del brazo de nadie por el Retiro. No he tenido nunca la sensación de huir, de dejarme llevar una y otra vez por las calles más antiguas de la ciudad. Nunca he sentido que Madrid me mirara y no me viera, nunca he sentido que le fuera indiferente, que me dejara ser libre. Nunca.
Y jamás he conversado con ella, ni he visto el Manzanares, ni el Lago de la Casa de Campo. Jamás he sentido su abandono al llegar agosto, nunca he visto amanecer en un tren regional, nunca he visto al sol asomarse curioso entre los edificios de la Gran Vía, preguntarme qué tal la noche, si Madrid me complace, si he encontrado lo que buscaba, si Madrid me sirve, si quiero tomar algo más, si de día también hay vida.
Madrid no pregunta, no interroga, a Madrid no le interesas, para ella todos somos hijos y extranjeros, nuevos y viejos, de siempre y recién conocidos. Ella no es mi mejor amiga, no la conozco, ni me muero por volver cuando no estoy, ni creo que la eche de menos. ¿Quién podría hacerlo? Si Madrid jamás te va a querer, te lo ofrece todo y no te da nada, Madrid es fría, elegante y altiva, orgullosa y chula. Pero yo no lo sé, no lo he sabido nunca.
Nunca me he encontrado gente en el metro que estaba sacada de cómics, o de películas, de sueños de Dalí o de historias de mi abuela, por que Madrid sigue siendo antigua y moderna, sigue oliendo a cenizas en noviembre y a purpurina en Julio. No he paseado por la Castellana en diciembre, esperando a las carrozas, calentándome las manos con castañas asadas. No, nunca he vivido Madrid. Ni conozco ninguna pradera donde se le dé la bienvenida al verano. Por que en Madrid, eso creo, el verano empieza antes y termina después, como el invierno, como todo.
Y es que en Madrid lo exagerado se hace más grande, que si hay uno allí hay diez, que a nadie le importan los sucesos, que todos somos vecinos, que nadie es de aquí, pero que todos se quedan. Nadie. Nunca he sabido nada, ni yo, ni nadie. Pero lo más importante de todo, lo que más ignoro, lo que más me asusta, es que nunca he sabido muy bien donde termina la ciudad y donde empiezo yo

domingo, 4 de julio de 2010

Papás...

Los niños comienzan por amar a los padres. Cuando ya han crecido, los juzgan, y, algunas veces, hasta los perdonan.

Oscar Wilde

jueves, 1 de julio de 2010

El fantasma 2/2

Yo no hablaba con Nacho del fantasma. Mis amigas opinaban que era mejor que se lo dijera, que esas cosas hay que hablarlas. “Pero, chica, imagínate que no lo ve y que no sabe que tiene un bicho de esos en el cuarto”. Hombre, bicho, bicho, no era, que, a veces, ni asustaba ni nada, además era un fantasma muy mono, siempre repeinado y con ese vestido blanco que le sentaba tan bien. Me recordaba un poco a mí, pero era algo más bajita. Tuvo que ser una chica muy guapa en vida, todo hay que reconocerlo, que hay muy poca gente que se conserva así de bien después de tanto tiempo muerta, ya me quisiera yo ver en las mismas. El caso es que mis amigas insistían en aquello de la comunicación y la verdad. Yo intuía que hablar del tema era como romper una norma implícita en la relación, como tocar un botón que yo sé que no debo tocar. Y así era, porque un día, tras dejarme convencer por mis amigas, le dije a Nacho que tenía que hablar con él. Le conté lo del fantasma, le pregunté si lo veía y bajó la mirada.

Desde aquel día no supe nada de él. Encima me quedé con la duda de si lo veía o no. Quizás me dejó porque se pensaba que era una neurótica o que me lo estaba imaginando, aunque quizás hubiera roto un muro que él estaba tratando de levantar. Me sentía como si le hubiera dado más fuerza al fantasma al nombrárselo a él, como si me hubiera cargado todos los esfuerzos de Nacho por fingir que no existía y por hacerme creer a mí lo mismo. Siempre me quedaré con la duda.

No volví a ver a Nacho, es cierto, pero su cuarto sí. Fue un tiempo después, una noche de viernes, casi sin enterarme, noté como algo tiraba de mí con fuerza y me encontré flotando sobre la cama de Nacho, pero a él no lo veía, solo pude ver a una chica morena, que no se parecía a mí, mirándome desde el reflejo de unos ojos.